«El Señor está cerca, para salvar a los que tienen el corazón hecho pedazos y han perdido la esperanza» (Salmo 34: 18).

Cuando el Titanic zarpó, el 14 de abril de 1912, la era de progreso, el bienestar y el positivismo parecían haberse consumado. La imponente embarcación era símbolo del optimismo que caracterizaba el inicio del siglo XX. Para muchos «la edad dorada» de la historia humana acababa de empezar. El hombre por fin tenía fe en el hombre. Por fin la civilización había llegado a un momento cuando las guerras no existirían más. Sin embargo, todas esas expectativas estaban a punto de desplomarse, porque junto con el naufragio del Titanic también se hundió el crecimiento económico, se fue a pique esa sociedad que se sentía segura y confiada, los tambores de guerra comenzaron a propagar su sangriento sonido, y dos años después el mundo se sumergió en la Primera Guerra Mundial.

Entonces, ¿que no se hundió con el Titanic? La experiencia de Robert Norris Williams nos ayudará a encontrar la respuesta. Robert y su padre viajaban en la cabina de primera clase del Titanic. Cuando el gran buque colapsó, él vio morir a su progenitor. Tras pasar seis horas sumergido en las gélidas aguas del Atlántico, finalmente, Robert fue rescatado. Como sus piernas estaban amoratadas y congeladas, los médicos recomendaron la amputación inmediata, pero el valiente joven se opuso.

Robert no solo logró sobrevivir al Titanic y recuperar la movilidad de sus piernas, sino que cuatro meses después, ¡ganó el Abierto de Tenis de los Estados Unidos! En 1924, con un tobillo torcido, se alzó con la medalla de oro en los juegos Olímpicos de Paris. Con el Titanic se hundieron muchas cosas, pero no el deseo que Robert tenía de volver a empezar, de recibir una segunda oportunidad, de transformar sus fracasos temporales en éxitos inamovibles.

¿Has caído en algún vacío? ¿Estás sumergido en el fondo de algún vicio? ¿Has pensado que las aguas turbulentas y frías de esta vida están acabando con tus sueños? Si ese es tu caso, medita en esta promesa: «Los que confían en el Señor tendrán siempre nuevas fuerzas y podrán volar como las águilas» (Isaías 40: 31). Como Robert, tú también puedes empezar de nuevo. Tan solo tienes que confiar en Dios.






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Las creencias adventistas tienen el propósito de impregnar toda la vida. Surgen a partir de escrituras que presentan un retrato convincente de Dios, y nos invitan a explorar, experimentar y conocer a Aquel que desea restaurarnos a la plenitud.

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